lunes, 1 de agosto de 2011

LET IT GO (29 de mayo)

El año pasado, entre muchas cosas, aprendí a sentir, a dejarme llevar con efusividad sin importar lo que pasara después, a arriesgarme aunque haya sido mínimamente, a ver cómo se disipan las nubes si te dispones a ver el sol que está detrás.
Realmente aprendí muchas cosas de algunas malas rachas, y supongo que es como dicen: de lo malo se aprende mejor. Es por eso que hoy, estoy día a día dándome cuenta de quien quiero ser, de cómo no quiero ser, y de que no importa quien fui un año atrás, o dos o tres, ya no importa porque aprendí que del despecho no sale nada bueno, de los errores queda culpa, sí mucha, pero hay que dejarlos ir. Aprender más que nunca de cada error, pero no cargar con ellos para siempre…
Hace un año, no sabía que deseaba lo que recibí, no sabía qué necesitaba, sólo sabía que quería un salvavidas, salir a flote de un río tumultuoso y turbio. Sabía que la tormenta iba a tardar en pasar, pero necesitaba que me hicieran ver la luz de todas maneras, para sentirme un poco más fuerte y para poder seguir estando bajo tanta lluvia.
      
      
Y realmente ese salvavidas llegó justo, justo cuando estaba entre rocas y golpeándome una y otra vez. Pude confiarle todos mis secretos, incluso aquellos que más temor me causaban, pude contarle lo que había cambiado mi historia, lo que había iniciado mi tormenta. Pude gracias a él, ver la claridad de lo que me rodeaba, ver que aún en medio del caos se puede apreciar hasta un diente de león. Sé que suena un poco absurdo, pero hablo de un diente de león, así de frágil, e inestable, que con cualquier soplo deja ir volando cada una de sus partes. Podía incluso admirar un día de sol, los árboles con hojas secas en mi otoño favorito, incluso hasta el día más lluvioso y frío tenía un significado profundo.
Pero volvamos al diente de león, es una metáfora con otro sentido en realidad, no es que intente causar conmoción ni mucho menos, pero así era como me sentía cuando ese salvavidas llegó: podía dejar ir todo en mí, dejar que todo vuele y que nada más importe, tan solo un momento al día y no es difícil imaginar cuál.

Hace un año, no sabía todo esto, por un simple hecho: no había vivido todo lo que viví después de que mi salvavidas se fue. Es increíble cuánto los humanos necesitamos dejar ir lo bueno para poder ver su valor completo. Es una de las tantas idioteces y errores, pero supongo que necesarios.
Supongo también que a veces es necesario que te abran los ojos, que te despierten, que veas la realidad y no el sueño. Que no confundas, el sueño guarda los lugares más inhóspitos y profundos de lo que sentimos y no admitimos, de lo que callamos y no decimos, de lo que negamos por no reconocer.
Todo esto, hasta hace un año atrás, no lo hubiera descubierto de no ser por las veces que caí y me levanté, de no ser por la vida misma que me fue mostrando que aunque la realidad a veces sea mucho mas dura que el sueño y que las ideas, vale la pena seguir en ella. Vale la pena despertar siempre más que vivir en un dulce sueño.
Hoy, casi un año después, descubrí que puedo ser fuerte y crear mi propio salvavidas. Hoy que por fin la tormenta ya no es tan fuerte, que el río comenzó a correr en una sola dirección, admito y reconozco que no puedo seguir reteniendo una idea de aquel salvavidas por no haberlo sabido cuidar como merecía. Fue como la flor del Principito, único en el mundo, pero no sirve de nada seguir reteniéndolo en mi inconsciente, en mis sueños, en mi memoria y mucho menos en mi presente porque así no se enmienda el error. Me salvó y yo lo dejé de lado por mera inmadurez, indecisión, inestabilidad, o quizá por incapacidad de cuidarlo como oro. Ya verdaderamente no importa por qué, lo que hoy importa es dejarlo ir, no sentir culpa porque sé que por haber cometido ese error, no lo cometeré de nuevo en el futuro.

                                      

Ahora sé que el año pasado deseé amor y que lo recibí, quería dejarme llevar por el sentimiento y en un principio lo logré, pero no supe dar nada de mí, no supe corresponderlo. Sin embargo, no puedo arrepentirme de eso porque ahora sé que nada puede quitármelo, nada ni nadie puede quitarme lo que viví, y es por eso que ahora escribo, por todo aquello que sentí en ese entonces y que vale la pena que haya existido y que absolutamente todo haya ocurrido de la manera en que ocurrió. 

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