domingo, 19 de septiembre de 2010

Utopía


Cuando dos seres no encuentran la calma siendo complementarios, no queda opción mejor que la distancia y el espacio que los separe en el tiempo para que al menos uno pueda ver el verdadero valor de ese sentimiento universal que ambos se ocupan de desgarrar.

Si intentas que el otro cambie, solo seguís caminando en un desierto esperando encontrar un lago y una flor, esperando lo que no debe esperarse, esperando una reacción, una mínima palabra que pueda darte la esperanza equivocada, y todo sigue girando de la misma manera, para el mismo lado, con los mismos errores y las mismas palabras vacías, llenas de sentido para uno, y completamente ridículas para el otro. Es como un loop, una repetición continua que nunca llega a concluir de una buena manera.


¿Qué se hace entonces cuando esos dos seres no logran entenderse? O cuando uno ni siquiera lo intenta. Algunos quizá sostienen que se debe ser flexible, que lo único que queda para no perderse es adaptarse, aceptar al otro tal cual es, aún con sus defectos. Pero y ¿qué pasa si estas pidiendo un poco de consideración, un poco de comprensión, de empatía?, ¿qué si estas pidiendo un poco de atención?, y ¿qué si sólo queres ser tenido en cuenta? Que el otro se de cuenta de que lo necesitas, que no queres que la amistad se pierda. Quizás en este caso, querer todas esas cosas se vuelve una utopía, algo que jamás vamos a alcanzar si el otro no tiene el mismo concepto que nosotros, si el otro piensa diferente y sostiene su postura hasta el final. Es como si fuera una comunicación entre un mudo y un sordo, jamás pueden llegar a entenderse si uno no escucha y el otro no habla. Y aun si el mudo aprendiera a decir lo que tiene para decir, el sordo aun así no querría escucharlo. Y es eso lo que sucede, nadie quiere ceder, nadie quiere ser flexible, nadie quiere oír ni entender, nadie quiere intentarlo siquiera.

Así es como suelen perderse años de recuerdos y momentos que solo quedan en el aire, valieron la pena, claro que sí, pero quizá es como sucede con cualquier relación, se desgasta, se agota, se consume, se pierde como cuando en el aire vemos volar las hojas, y queres alcanzarlas, queres tenerlas en tus manos, y no se puede, porque las hojas ya son del viento, y esta amistad ya es del destino, ya no es nuestra, ya no somos nosotros, no somos las mismas, nos perdimos, y olvidamos lo que era ser amigas, el compartir momentos que jamás se olvidan, el escuchar, el charlar y entenderse, todo eso se va perdiendo poco a poco, se escurre como el agua. Tal vez, el mudo es como esa gota que tarda en caer, se mantiene, se sostiene, siempre a la espera de lo que necesita oír, siempre intentando expresarse frente a alguien que no quiere mirar, que no quiere oír. Y llega un punto, en que la gota cae, y cuando cae, se pierde entre miles de otras gotas y jamás vuelve a encontrarse, los momentos que se pierden, ya no se recuperan y otras cosas ocupan su lugar. Porque el mudo siempre querrá hablar, pero si nadie lo escucha, ¿vale la pena que lo haga?, aun si gritara en medio de una cornisa, en medio del vacío, ¿su voz se escucharía si no hay nadie que la perciba?

Aunque no podamos ser flexibles como el agua, como esa gotita que fluye, el lago siempre estará lleno de otras cosas, y son ellas las que permanecen más allá de que el agua se acabe. Si hay algo que permanecerá siempre, son los recuerdos, uno a uno, no se perderán aunque esto se desvanezca, aunque los de antes, ya no seamos los mismos…

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